Sólo hay que entrar en la web de
Der Spiegel y
escribir en su buscador la palabra "siesta" para enterarse de que los españoles no la dormimos desde 2012, por imposición de la troika. Habrá quien diga que nunca la durmió, quien disculpe una corta cabezadita en el sofá y habrá quien confirme, socarrón, que la sigue durmiendo a pierna suelta. Incluso habrá quien tire del ejemplo patrio de don
Camilo José Cela y defienda seguir durmiéndola "con pijama y orinal". Pero el ensayista alemán
Max A. Höfer nos mete a todos en el mismo saco y afirma que, desde esa fecha, el
Banco Central Europeo, la
Comisión Europea y el
Fondo Monetario Internacional han presionado para eliminar la siesta en el sur de Europa y obligarnos a "vivir como alemanes".
Max A. Höfer, un economista y ensayista político ligado a la
Iniciativa Nueva Economía Social de Mercado, autor de libros como
Quizá el capitalismo no quiera en absoluto que nosotros seamos felices, señala como precedente de esta pérdida la prohibición que el Gobierno de
José Luis Rodríguez Zapatero impuso ya a los funcionarios públicos en 2005, "alegando que en la era del turbocapitalismo mundial, el tiempo debe utilizarse de forma más productiva". "El Gobierno explicó", continúa el artículo, "que hoy en día, con aire acondicionado, es más fácil seguir trabajando a pesar del calor, de forma que hoy se espera que todo el mundo siga trabajando y durante su más escaso tiempo para el almuerzo, haga más shopping y vaya a restaurantes, incrementando así el consumo y los ingresos fiscales".
El artículo lamenta enormemente la pérdida de esta tradición, que asocia a una comida en familia relajada, charlando y sin estrés, y recuerda que los reyes españoles (se remonta a los
Austrias) "siempre estuvieron profundamente endeudados, entre otros con los banqueros
Fugger. Después no devolvían el dinero y tampoco era el fin del mundo. A la gente nunca se le ocurrió abandonar su propia cultura por culpa de la deuda".
Trae a colación las luchas seculares entre el espíritu prusiano y el mediterráneo, entre la cultura católica y la protestante, y termina identificando la siesta como
una forma de resistencia sutil y efectiva contra la lógica del capitalismo liberal: "Cualquier persona que no desee hacer nada, tampoco quiere nada y parece no estar sujeto a necesidades infinitas".